Un niño de ojos muy grandes y brillantes, que le permitían observarlo todo. Poseía unas manos inquietas que eran atraídas por todo cuanto las rodeaba. Su cabeza estaba coronada de cabello rojizo, servía de albergue natural a mil fantasías e interrogantes, pues como suele sucederle a los niños... ¡quería saberlo todo!
Su nombre era Simón y tenía una profunda inclinación hacia las cosas de la naturaleza. Muy afamado era en el colegio por su conocido protocolo de preguntas: ¿Qué es? ¿Cómo funciona? ¿Para qué sirve? ¿Dónde está? ¿Quién lo hizo?
Un día al terminar su clase de geografía, Simón y su amiga Manuela, quien además de ser su compañera de estudio, compartía también sus inquietudes infantiles, encontraron un globo terráqueo y le dieron vueltas por largo rato, observándolo con gran detenimiento: Los continentes, los mares e islas pasaban frente a sus ojos y los podían tocar con sus propios dedos. ¡No debe ser tan grande como dicen! -afirmó Simón- y podríamos conocerlo. De inmediato empezaron a concebir su genial plan de «explorar el mundo». Habría que verlo desde lo alto -comentó Manuela-.
Indudablemente, esa era la mejor posición para observarlo y al instante sintieron el deseo de ser un enorme cóndor, como el que tiene el escudo nacional, pues estas aves sí pueden viajar a gran altura y divisarlo todo. Los cerros que rodeaban su ciudad les inspiraron la feliz idea de llegar a una de sus cumbres y poder observar mejor, o por lo menos más de lo que podían ver desde la planicie.
ESTE ES EL LINK
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario